viernes, junio 08, 2007

Relato de un viernes carnavalesco, o por lo menos raro

Hoy fue un viernes con muchas imágenes y texturas. Coticé unos muebles de cocina en Home Center para una obra que estoy haciendio; allá me encontré con un amigo de infancia que se acaba de encontrar con los papás de otro amigo común del colegio. Finalmente compré un lavamanos, de eso sí no pude lavarme las manos...

Reunión por la tarde para negociar una intranet y luego ida al centro para seguir mirando muebles de cocina. Compramos una ganga. Mis viajes al centro no perdonan una de mis escapadas de gamín gourmet. Eso incluyó un plato doble de salchichitas de El Bohemio con salsa Belmonte en su exótico rojo radioactivo. Siguiente escala, el impajaritable chocolate en la pastelería Florida que hoy tuvo un componente especial: Conocimos el segundo piso de esa pastelería, un espacio que casi siempre está a la veda de los clientes por una cadena de esas que parecen de banco y que están forradas en terciopelo. Elegantísimo, pero excluyente. Pues resulta que arriba está el señorial Salón Republicano, un almidonado espacio adornado con cornisas con arabescos, chimenea encendida, ventanales ciertamente republicanos y meseros que a diferencia del primer piso, reciben el pago de los clientes. El chocolate, el mismo de siempre.

La séptima estaba cerrada por lo que fue aprovechada por los vendedores ambulantes, los equilibristas de turno que en realidad hacen menos juegos que los otros equilibristas de la economía informal. En medio del hormigueante caminar de miles de peatones me cruzo con la inesperada imagen de Nicolás Martínez, el editor de Diarionocturno.com, quien corre al ahora atomizado teatro Embajador para ir a ver Shrek con sus hijas. Un abrazo y nos despedimos con el marco de todo el ruido de la calle 19 con séptima, la esquina más comercial de Bogotá en los años setenta y una de las más contaminadas en este comienzo de milenio. Cuadras más tarde, frente al Jorge Eliécer, antiguo teatro Municipal, un performance invitaba a los transeúntes a acostarse boca abajo en el pavimento mientras otros escribían con una tiza alrededor de la silueta que quedaba como testigo de un crimen matinal. Muy cerca de allí, el Casino Caribe con su pretendida estética de Las Vegas, Nevada, pero alcanzada una de La Vega, en granizada, deja de fondo música llanera... ¿Llanera? Sí. Total incoherencia entre nombre, decoración y música.

Luego la curiosidad por ver si valía la pena hacer la fila para ver Satanás en el Embajador nos lleva a ver a la ministra de Educación bajando de una de las dos Toyota 'Burbuja' que su tren de escoltas arrima al andén del teatro. La ministra, la misma a la que entrevisté alguna vez en un avión militar que nos llevó a varios periodistas a las selvas del Catatumbo, hacía su mejor esfuerzo para no caer, ayudada de un par de muletas. Yo creo que iba a ver Satanás y tal vez por eso no entré... ¿Falta de educación?

Me encanta el centro de Bogotá. No lo puedo ni quiero disimular. De niño mi papá me llevaba a caminarlo y heredé esa patología que espero no dejar.

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