Fue un descubrimiento. Desde los primeros kilómetros entrando a Villanueva, pude ir sintiendo que La Guajira es otro planeta en nuestro país.
La turbulencia de ese hallazgo todavía me sobrecoge. La vegetación –que se vuelve más seca con la presencia del Dividivi (que se parece muchísimo al Divi, el árbol nacional de Aruba)– da paso a un paisaje más humano y más sobreviviente: Los pimpineros, centenares de hombres y mujeres comercian gasolina venezolana, traída de contrabando en bicicletas pasando el desierto con la ayuda de los wayúu o por el paso de Paraguachón.
En muchas calles de Riohacha y de otras poblaciones como San Juan del Cesar, Fonseca, Villanueva, Hatonuevo… muchas casas venden la gasolina en botellas de litro de gaseosa o en pimpinas de 5 galones por 20.000 pesos y a veces por menos. Diría que más de la mitad de los guajiros ha aprendido a chupar la gasolina por una manguera para servirse del principio físico de la capilaridad y conducir el ‘oro de Chávez’ hasta el tanque de una Toyota. Hombres, mujeres y niños participan en la cadena de tráfico y comercialización del combustible.
Carros de fuego
Las placas de los carros son diferentes y permiten el paso entre los dos países sin mayor inconveniente. Tener un carro convencional, compacto, es visto como un desperdicio y por eso casi todos compran camionetas 4x4 las que por esta época están adornadas como valla ambulante de los políticos en campaña. Quien no ponga una de esas horribles calcomanías con la cara de uno de ellos está diciendo tácitamente que está en su contra. Por eso, todo carro tiene una calcomanía. Una noche que llegábamos a Riohacha desde San Juan nos fue imposible ir al hotel Gimaura que fue nuestro cuartel general debido a una manifestación proselitista de manzanillos al mejor estilo de la politiquería. El candidato a la gobernación, Murgas, y de la corriente del actual gobernador, prometió lo mismo de todas las elecciones, lo mismo que todos han incumplido a pesar de que el departamento reciba las millonarias regalías de la explotación de carbón: Agua. Y cumplió. A los cinco minutos de comenzar a prometer que traería agua a los guajiros, una lluvia diluviana espantó a los manifestantes que no sabían si podían irse ya, esperar a que les regalaran alguna cachucha, les cayera un chorrito de Old Parr o esperar con paciencia estoica a poderse tomar una foto con el cacique de turno.
Otra particularidad de estos carros que tienen que ser lavados casi a diario para que no se los coma la sal como ya le ha pasado a muchos es que la regla de las películas oscuras en el grado de opacidad permitido por la ley no se cumple. Los vidrios son totalmente oscuros y aunque uno pegue su nariz al vidrio es imposible mirar hacia adentro. Las autoridades se hacen las de la vista gorda y no molestan a nadie, solo a las motos que sirve de taxis… que son todas y que no pueden circular de noche por el centro.
Más de los carros. Si usted va caminando por cualquier acera es normal que reciba un llamado de casi todos los vehículos y las motos que no le están piropeando como se podrían pensar en el interior: Están ofreciendo sus servicios de taxi por mil pesos en moto o por 2.500 en carro a cualquier destino dentro de la ciudad.
La gente
En Bogotá es difícil que alguien ayude con una dirección porque todo el mundo inmediatamente sospecha que uno hace parte de una conspiración para atracarlo en la calle. Allá, por el contrario, la gente es muy amable, muy confiada y prácticamente lo llevan a uno hasta el sitio que uno está preguntando; no se conoce de atracos y uno puede dejar el carro en cualquier parte con equipos por dentro y no pasa nada. Eso creo que contribuye a que la gente sea más abierta, desparpajada.
Sin embargo hay problemas evidentes: Hay una doble moral frente a la cultura wayúu. Los ‘arijunas’ guajiros (los blancos en wayuunaiki) muestran ante el turista un aprecio y respeto por los indígenas, pero en la práctica son sacados de los restaurantes, no son tenidos en cuenta para los cargos públicos y privados y las mantas, mochilas y manillas son apenas unos artefactos artesanales que se toleran. Y esto a pesar de que los Wayúu son casi el 45% de la población del departamento y el 8% en el Zulia venezolano.
Esta comunidad pacífica ha tenido que ser guerrera, no de armas sino en el territorio del rebusque. En una de las travesías que hacíamos por una de las rectas sempiternas del trayecto Maicao-Riohacha decidimos parar y meternos en una de las miles de entradas a rancherías. Nos topamos con lo que parecía ser una carretera alterna que como un latigazo de fuego había quemado todo lo que se encontrara. Millones de cactus, dividivi, trupillos y otros árboles habían sido devastados por la mano del hombre. Nos quedamos con la incógnita. Pero no por mucho tiempo. Unos kilómetros más adelante volvimos a parar, esta vez frente a una ranchería identificada, de la comunidad Okoromana.
La 'carretera' fantasma de Chávez
Luego de un intrincado procedimiento para identificarnos y explicar nuestra razón para estar allí, una wayúu accedió a llevarnos con la Autoridad de la comunidad. Era, además, su abuelo. Allá nos explicaron que ya no estaban sembrando porque había mucha incertidumbre y tal vez no valía la pena dedicarse a sembrar sin saber si podrían cosechar. La carretera fantasma que atravesaba la escasa pero preciada vegetación era nada más y nada menos que el gasoducto de PDVSA, el ambicioso proyecto del gobierno Chávez para crear una red que integre a Suramérica con gas bombeado desde Venezuela. Todo maravilloso pero además del daño ecológico tan bárbaro que nadie ha denunciado, las comunidades se sienten atropelladas por la inmensa multinacional venezolana que parece que no quiere reconocer sino centavos por esas tierras en un complejo proceso de compensaciones.
Horas más tarde, podíamos ver en el televisor del hotel en Riohacha a Chávez en una de sus interminables sesiones de Aló Presidente refiriéndose al progreso y el respeto suramericano que trae su megaproyecto gasífero… Los wayúu esperan que se les solucione este problema rápidamente mientras las tropas de Caterpillar siguen rompiendo el ecosistema de la región para darle espacio a los inmensos tubos.
Donde moran los moros
Y estos mismos wayúu son los que desde hace muchos años han hecho buenas migas con los árabes, que llegaron en inmensas migraciones especialmente desde el Líbano, y encontraron en los wayúu sus mejores aliados para transportar mercancías por el desierto inmenso de La Guajira; entre tanto, los árabes pusieron de su parte su natural facilidad para negociar. Hoy, Maicao es el reflejo de esa amistad histórica y es común ver en los locales a los ‘turcos’ –como llaman allá a todos los árabes aunque no provengan de Turquía– viendo noticias en la señal de Al Yazira como telón de fondo en lugar de estar viendo las travesuras de ‘Danielita’ en Padres e Hijos.
Por cierto, lo que salvó el viaje a Maicao de una frustración profunda luego de encontrar productos de calidad similar a la de El Dolarazo con precios semejantes a los de Bogotá, fue conocer la Mezquita, la segunda más grande de Latinoamérica. Preguntamos a los locales y por ella y todos sabían dónde quedaba, pero ninguno había entrado. Parece que el temor a lo desconocido es más fuerte que su propia curiosidad. Una vez allá, nos acercamos con timidez, nos quitamos las sandalias y estas le hacen compañía ahora a otras sandalias más austeras y a unos Nike que parecen haber sido dejados por Dennis Rodman o por un astronauta y pedimos permiso para entrar. Una alfombra muy tersa recibe nuestros pies impíos y cada uno de mis pasos los siento como un sacrilegio. El minimalismo y la ausencia de imágenes me son agradables; me acerco con velocidad prudente a lo que parecería un altar que no es más que un espacio sencillo donde los pocos que a esa hora estaban en una de las cinco veces en que los musulmanes del mundo deben orar. Un estudio que realizó una escuela de la ciudad señala que de los cerca de 4.000 fieles al Islam que reconoce la ciudad, cerca de 1.500 son colombianos que se han acercado a esta religión.
En los entuertos de la juglaría
Por lo demás fue un viaje a las profundidades de una tierra que suspira por los cantos al Guatapurí y donde la cultura vallenata se siente más fuerte que en el Cesar. No por nada, Villanueva, donde pasamos dos noches, es el corazón del Festival Cuna de Acordeones en septiembre y tanto de allá como de San Juan del Cesar –que a pesar de su nombre es un municipio guajiro– son los principales compositores de este género. Que me desmienta la autoridad en el tema nuestro colega Jaime Medina con sus crónicas de juglaría. Precisamente una tarde luego de la jornada de trabajo, la profesora Fénix Arocha nos invitó al corregimiento de La Peña, tomado por la guerrilla que bajaba del Perijá hace apenas un par de años y hacía de las suyas. Allí, como si se tratara de una pista de aterrizaje con casas alrededor, emprendimos caminata hasta Curazao y La Junta, la mítica tierra inmortalizada por Diomedes Díaz y sus primeros amores.
Comí vallenato por volquetadas a cualquier hora: el desayuno, las horas de trabajo, el almuerzo, los desplazamientos entre pueblo y pueblo, la cena y obviamente en la noche a la hora de una ‘fría’ para calmar la sed. Surgieron nombres de intérpretes Una de esas tardes conocí a un profesor de escuela que nos presentaba los proyectos de sus estudiantes. Resultó ser el maestro Rómulo Saltarín, compositor adscrito a Sayco por sus más de 200 obras y nos tomamos una foto con él en la Casa de la Cultura de San Juan a la sombra de un cuadro gigantesco del maestro Hernando Marín, famoso juglar sanjuanero que se mató en una carretera.
Un regreso con todo
Me fui con nostalgia de esa tierra increíble de contrastes, de mariscos y de frichi, de mujeres bellas por toneladas y de paisajes magníficos con arreboles mágicos que pagaban cualquier esfuerzo a 37° en una oficina sin aire acondicionado. El regreso tuvo el infortunio de tomar la carretera equivocada a la altura de La Paz y en lugar de tomar para Valledupar, viré hacia Bucaramanga por la vía antigua lo que me trajo dos horas por carretera destapada en grandes tramos y en una zona complicada de orden público entre Codazzi, Becerril y la Jagua de Ibirico. Afortunadamente, la guerrilla en esa zona atiende en horario de oficina y yo pasé al medio día cuando estarían en la mitad de su ‘corrientazo rain forest’.
Así las cosas, seguramente se me quedan muchas cosas por contar, pero la prosa no da para más. Me esperan cuatro libros en blanco para escribirlos en los próximos dos meses.
2 comentarios:
en "¿comunicación?" me sentí un poco intimidado, este post lo esperaba con mucha espectativa, y quizá un poco más descarnado, o más crítico, por eso espero poder algún día poder leer los libros, porque la Guajira es una tierra de encantos pero olvidada por todos.
por esas tierras, una vez una "locala" guajira Wayuu me dijo: "arista puna pia"
Víctor, el Divi de Aruba y el Divi Divi nuestro son el mismo árbol. Es una leguminosa llamada Libidibia coriaria y sirve para alimentar poligátricos. No era más. Bacano el post.
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