miércoles, agosto 29, 2007

"Aviso del Terremoto de Santa Fe de Bogotá"

Fue el primer medio de comunicación impreso en Colombia. Salió el 12 de julio de 1785 y tuvo otras dos ediciones en las que se hizo seguimiento a este movimiento telúrico. Según esa edición, pereció una mujer que "ya se había confesado y comulgado", y los daños alcanzaron pérdidas cercanas a las 600.000 pesos.

La imagen a viene a colación luego del pánico vivido ayer en Bogotá parece haber sido muy similar al de hace 222 años, con la diferencia de que ayer no pasó nada debajo de la tierra... Todo ocurrió en la red y en la más poderosa convergencia de rumores sin fundamento.

Gracias a la periodista científica Lisbeth Fog, a quien ayer le pedí que me enviara esta imagen en la que aparece escaneada esta pieza de museo.
PDTA: Al hacer clic en la imagen aumenta su tamaño para mejorar su visibilidad.

martes, agosto 28, 2007

Terremoto en Bogotá: El mejor flashmob jajaja

Sí, eso creo. Ahora viene investigar quién propagó el pánico que hizo que todos los oficinistas encontraran la excusa perfecta para no trabajar en la tarde y salir más temprano. Ahora resulta que esta fue una rigurosa campaña de mercadeo viral de alguna marca para decir en el siguiente mensaje:
"Sí, ¡Bogotá va temblar! ... Con nuestros precios de locura..."
Pero más allá de la broma o de la incertidumbre, esto lo que deja es la enseñanza de que independientemente de los rumores si se tiene que estar preparado para afrontar una emergencia. En Colombia no existe esa cultura de la prevención y por eso el daño si podría ser más calamitoso.

jueves, agosto 16, 2007

"Planeta en peligro"

¿Será que El Espectador nos quiere decir algo sobre el negocio entre la editorial española y El Tiempo?

miércoles, agosto 15, 2007

Descubriendo La Guajira


Fue un descubrimiento. Desde los primeros kilómetros entrando a Villanueva, pude ir sintiendo que La Guajira es otro planeta en nuestro país.

La turbulencia de ese hallazgo todavía me sobrecoge. La vegetación –que se vuelve más seca con la presencia del Dividivi (que se parece muchísimo al Divi, el árbol nacional de Aruba)– da paso a un paisaje más humano y más sobreviviente: Los pimpineros, centenares de hombres y mujeres comercian gasolina venezolana, traída de contrabando en bicicletas pasando el desierto con la ayuda de los wayúu o por el paso de Paraguachón.

En muchas calles de Riohacha y de otras poblaciones como San Juan del Cesar, Fonseca, Villanueva, Hatonuevo… muchas casas venden la gasolina en botellas de litro de gaseosa o en pimpinas de 5 galones por 20.000 pesos y a veces por menos. Diría que más de la mitad de los guajiros ha aprendido a chupar la gasolina por una manguera para servirse del principio físico de la capilaridad y conducir el ‘oro de Chávez’ hasta el tanque de una Toyota. Hombres, mujeres y niños participan en la cadena de tráfico y comercialización del combustible.

Carros de fuego
Las placas de los carros son diferentes y permiten el paso entre los dos países sin mayor inconveniente. Tener un carro convencional, compacto, es visto como un desperdicio y por eso casi todos compran camionetas 4x4 las que por esta época están adornadas como valla ambulante de los políticos en campaña. Quien no ponga una de esas horribles calcomanías con la cara de uno de ellos está diciendo tácitamente que está en su contra. Por eso, todo carro tiene una calcomanía. Una noche que llegábamos a Riohacha desde San Juan nos fue imposible ir al hotel Gimaura que fue nuestro cuartel general debido a una manifestación proselitista de manzanillos al mejor estilo de la politiquería. El candidato a la gobernación, Murgas, y de la corriente del actual gobernador, prometió lo mismo de todas las elecciones, lo mismo que todos han incumplido a pesar de que el departamento reciba las millonarias regalías de la explotación de carbón: Agua. Y cumplió. A los cinco minutos de comenzar a prometer que traería agua a los guajiros, una lluvia diluviana espantó a los manifestantes que no sabían si podían irse ya, esperar a que les regalaran alguna cachucha, les cayera un chorrito de Old Parr o esperar con paciencia estoica a poderse tomar una foto con el cacique de turno.

Otra particularidad de estos carros que tienen que ser lavados casi a diario para que no se los coma la sal como ya le ha pasado a muchos es que la regla de las películas oscuras en el grado de opacidad permitido por la ley no se cumple. Los vidrios son totalmente oscuros y aunque uno pegue su nariz al vidrio es imposible mirar hacia adentro. Las autoridades se hacen las de la vista gorda y no molestan a nadie, solo a las motos que sirve de taxis… que son todas y que no pueden circular de noche por el centro.

Más de los carros. Si usted va caminando por cualquier acera es normal que reciba un llamado de casi todos los vehículos y las motos que no le están piropeando como se podrían pensar en el interior: Están ofreciendo sus servicios de taxi por mil pesos en moto o por 2.500 en carro a cualquier destino dentro de la ciudad.

La gente
En Bogotá es difícil que alguien ayude con una dirección porque todo el mundo inmediatamente sospecha que uno hace parte de una conspiración para atracarlo en la calle. Allá, por el contrario, la gente es muy amable, muy confiada y prácticamente lo llevan a uno hasta el sitio que uno está preguntando; no se conoce de atracos y uno puede dejar el carro en cualquier parte con equipos por dentro y no pasa nada. Eso creo que contribuye a que la gente sea más abierta, desparpajada.

Sin embargo hay problemas evidentes: Hay una doble moral frente a la cultura wayúu. Los ‘arijunas’ guajiros (los blancos en wayuunaiki) muestran ante el turista un aprecio y respeto por los indígenas, pero en la práctica son sacados de los restaurantes, no son tenidos en cuenta para los cargos públicos y privados y las mantas, mochilas y manillas son apenas unos artefactos artesanales que se toleran. Y esto a pesar de que los Wayúu son casi el 45% de la población del departamento y el 8% en el Zulia venezolano.

Esta comunidad pacífica ha tenido que ser guerrera, no de armas sino en el territorio del rebusque. En una de las travesías que hacíamos por una de las rectas sempiternas del trayecto Maicao-Riohacha decidimos parar y meternos en una de las miles de entradas a rancherías. Nos topamos con lo que parecía ser una carretera alterna que como un latigazo de fuego había quemado todo lo que se encontrara. Millones de cactus, dividivi, trupillos y otros árboles habían sido devastados por la mano del hombre. Nos quedamos con la incógnita. Pero no por mucho tiempo. Unos kilómetros más adelante volvimos a parar, esta vez frente a una ranchería identificada, de la comunidad Okoromana.

La 'carretera' fantasma de Chávez
Luego de un intrincado procedimiento para identificarnos y explicar nuestra razón para estar allí, una wayúu accedió a llevarnos con la Autoridad de la comunidad. Era, además, su abuelo. Allá nos explicaron que ya no estaban sembrando porque había mucha incertidumbre y tal vez no valía la pena dedicarse a sembrar sin saber si podrían cosechar. La carretera fantasma que atravesaba la escasa pero preciada vegetación era nada más y nada menos que el gasoducto de PDVSA, el ambicioso proyecto del gobierno Chávez para crear una red que integre a Suramérica con gas bombeado desde Venezuela. Todo maravilloso pero además del daño ecológico tan bárbaro que nadie ha denunciado, las comunidades se sienten atropelladas por la inmensa multinacional venezolana que parece que no quiere reconocer sino centavos por esas tierras en un complejo proceso de compensaciones.

Horas más tarde, podíamos ver en el televisor del hotel en Riohacha a Chávez en una de sus interminables sesiones de Aló Presidente refiriéndose al progreso y el respeto suramericano que trae su megaproyecto gasífero… Los wayúu esperan que se les solucione este problema rápidamente mientras las tropas de Caterpillar siguen rompiendo el ecosistema de la región para darle espacio a los inmensos tubos.

Donde moran los moros
Y estos mismos wayúu son los que desde hace muchos años han hecho buenas migas con los árabes, que llegaron en inmensas migraciones especialmente desde el Líbano, y encontraron en los wayúu sus mejores aliados para transportar mercancías por el desierto inmenso de La Guajira; entre tanto, los árabes pusieron de su parte su natural facilidad para negociar. Hoy, Maicao es el reflejo de esa amistad histórica y es común ver en los locales a los ‘turcos’ –como llaman allá a todos los árabes aunque no provengan de Turquía– viendo noticias en la señal de Al Yazira como telón de fondo en lugar de estar viendo las travesuras de ‘Danielita’ en Padres e Hijos.

Por cierto, lo que salvó el viaje a Maicao de una frustración profunda luego de encontrar productos de calidad similar a la de El Dolarazo con precios semejantes a los de Bogotá, fue conocer la Mezquita, la segunda más grande de Latinoamérica. Preguntamos a los locales y por ella y todos sabían dónde quedaba, pero ninguno había entrado. Parece que el temor a lo desconocido es más fuerte que su propia curiosidad. Una vez allá, nos acercamos con timidez, nos quitamos las sandalias y estas le hacen compañía ahora a otras sandalias más austeras y a unos Nike que parecen haber sido dejados por Dennis Rodman o por un astronauta y pedimos permiso para entrar. Una alfombra muy tersa recibe nuestros pies impíos y cada uno de mis pasos los siento como un sacrilegio. El minimalismo y la ausencia de imágenes me son agradables; me acerco con velocidad prudente a lo que parecería un altar que no es más que un espacio sencillo donde los pocos que a esa hora estaban en una de las cinco veces en que los musulmanes del mundo deben orar. Un estudio que realizó una escuela de la ciudad señala que de los cerca de 4.000 fieles al Islam que reconoce la ciudad, cerca de 1.500 son colombianos que se han acercado a esta religión.

En los entuertos de la juglaría
Por lo demás fue un viaje a las profundidades de una tierra que suspira por los cantos al Guatapurí y donde la cultura vallenata se siente más fuerte que en el Cesar. No por nada, Villanueva, donde pasamos dos noches, es el corazón del Festival Cuna de Acordeones en septiembre y tanto de allá como de San Juan del Cesar –que a pesar de su nombre es un municipio guajiro– son los principales compositores de este género. Que me desmienta la autoridad en el tema nuestro colega Jaime Medina con sus crónicas de juglaría. Precisamente una tarde luego de la jornada de trabajo, la profesora Fénix Arocha nos invitó al corregimiento de La Peña, tomado por la guerrilla que bajaba del Perijá hace apenas un par de años y hacía de las suyas. Allí, como si se tratara de una pista de aterrizaje con casas alrededor, emprendimos caminata hasta Curazao y La Junta, la mítica tierra inmortalizada por Diomedes Díaz y sus primeros amores.

Comí vallenato por volquetadas a cualquier hora: el desayuno, las horas de trabajo, el almuerzo, los desplazamientos entre pueblo y pueblo, la cena y obviamente en la noche a la hora de una ‘fría’ para calmar la sed. Surgieron nombres de intérpretes Una de esas tardes conocí a un profesor de escuela que nos presentaba los proyectos de sus estudiantes. Resultó ser el maestro Rómulo Saltarín, compositor adscrito a Sayco por sus más de 200 obras y nos tomamos una foto con él en la Casa de la Cultura de San Juan a la sombra de un cuadro gigantesco del maestro Hernando Marín, famoso juglar sanjuanero que se mató en una carretera.

Un regreso con todo
Me fui con nostalgia de esa tierra increíble de contrastes, de mariscos y de frichi, de mujeres bellas por toneladas y de paisajes magníficos con arreboles mágicos que pagaban cualquier esfuerzo a 37° en una oficina sin aire acondicionado. El regreso tuvo el infortunio de tomar la carretera equivocada a la altura de La Paz y en lugar de tomar para Valledupar, viré hacia Bucaramanga por la vía antigua lo que me trajo dos horas por carretera destapada en grandes tramos y en una zona complicada de orden público entre Codazzi, Becerril y la Jagua de Ibirico. Afortunadamente, la guerrilla en esa zona atiende en horario de oficina y yo pasé al medio día cuando estarían en la mitad de su ‘corrientazo rain forest’.

Así las cosas, seguramente se me quedan muchas cosas por contar, pero la prosa no da para más. Me esperan cuatro libros en blanco para escribirlos en los próximos dos meses.

sábado, agosto 04, 2007

Relatos cortos para una Guajira inmensa (I) – El viaje

El reto es complejo cuando no se conoce la carretera. De Bogotá a Santa Marta son casi mil kilómetros. La Troncal del Magdalena me es ajena hasta La Dorada, un lugar que no visitaba desde más de 20 años en una breve compañía a mi papá en un viaje de trabajo. El resto del camino, una total incertidumbre.

La primera parte del camino (que incluye a Honda y a La Dorada) se vuelve una pesadilla, bastante descorazonador: Decenas de miles de huecos ‘alentejan’ el primer trayecto. A ese ritmo no íbamos a llegar muy lejos. Nos parece increíble que una carretera relativamente joven esté en esas condiciones. Su estado no se compadece con su trascendencia. La Dorada, por cierto, tiene ahora un aire más oscuro, más deteriorado y al ver l oque allí converge: río Magdalena, estación de trenes y carretera principal me pregunto cómo es que en otro país, La Dorada sería una de las principales ciudades de la nación y aquí es un pueblito casi miserable.

Ah, por cierto. Un trancón descomunal se formó a ambos lados del puente de La Dorada sobre el río Magdalena, el que por supuesto nos lo ‘comimos’ completito ¿La razón? Un carrobomba había sido dejado sobre el puente y durante más de una hora el tráfico se paralizó mientras las tareas de desactivación y retiro del vehículo. Donde se hubiese perpetrado el atentado creo que se habría frustrado este viaje y medio país estaría sufriendo las consecuencias. ¿Salió en las noticias? Hasta donde sé, no.

De ahí para adelante se ve la exhuberancia de las tierras que con razón, pero no con justificación han servido de pretexto para las guerras entre guerrilla y paramilitares. Puerto Boyacá tiene muchas de las mejores tierras para cultivos del país, pero sus propietarios se pasean en flamantes camionetas 4x4 para vigilar cómo sus miles de cabezas de ganado se devoran esos pastos que crecen con más de lo que necesitan.

El Magdalena medio ofrece calor muy bravo, pero lo compensa con paisajes idílicos. Después de Puerto Boyacá se va arreglando la carretera y las velocidades pudieron aumentar de 35 a 140 km/h sin problema en unas rectas magníficas. Aún así estábamos muy lejos de lo que queríamos: Llegar a Santa Marta como primer trayecto. Las fuerzas me dieron hasta Aguachica donde mi amigo Wilson tomó el volante y mantuvo el ritmo y en ocasiones lo elevó, obviamente con toda la prudencia. En Bosconia y luego de 16 horas tomamos una buena decisión: No ir a Santa Marta, sino desviar a Valledupar. Para desde allí salir a Riohacha al día siguiente. Además de ahorrar así unos 40 kilómetros, nos topamos con una carretera en muy buen estado, pero con la ventaja de que no tenía los camiones que desde San Alberto ya venían en cantidades insoportables. Luego de asegurarnos que la seguridad estaba garantizada seguimos a Valledupar, avanzamos a buen ritmo por ese último envión y a una hora de llegar a la capital vallenata, Wilson no alcanza a ver unos conos en el centro donde la Policía o el Ejército han decidido ponerlos entre llantas, tal vez para que no se los lleve el viento. En todo caso un burrada monumental ponerlos entre llantas. El carro, con esfuerzo, se salva de salir de la carretera. No pasó nada, salvo que se sumió la placa.

Nos hospedamos en el Sicararé, que parece que es de lo mejorcito en la capital de Cesar. Una subida de tensión arterial con un muy fuerte dolor de cabeza me acosa desde las 2:13 a.m. hasta el medio día. Desde las 7 he estado tratando de encontrar una droguería en Valledupar que tenga tensiómetro pero se vuelve una misión imposible; dos clínicas se demoran demasiado por l oque en la tercera por fin me atienden ágilmente. Hacia las 11 a. m. y con menos dolor, nos decidimos y a conocer el mítico río Guatapurí. Es un sitio muy lindo donde ya muchas familias estaban en el tradicional paseo de olla, preparando gallina. Me imaginaba un sitio muy sucio, pero me sorprendió que la gente cuida relativamente bien ese balneario y en sus aguas cristalinas se ven peces tranquilamente alternando con los bañistas, entre los cuales nos camuflamos y disfrutamos de un delicioso baño.

Hacia el medio día emprendemos camino hasta Riohacha con el propósito de que no llegáramos tan tarde porque nos advirtieron bastante de que la inseguridad podría aumentar con el paso de los contrabandistas. Luego de almorzar en Hatonuevo comienzan paisajes más secos con vegetación más esquiva; los Wayúu transitan en bicicletas prehistóricas y aguantan de manera estoica el calor sofocante. Así, sin mayores novedades, llegamos a la capital casi a las 4 pm.

En estos días les contaré --con todo y fotos-- otras impresiones sobre este, un país distinto dentro de esta misma Colombia.

[Off Topic]: Me ha sido muy difícil conectarme a la red y el correo electrónico se vuelve una prioridad frente al tiempo que puedo dedicar al blog. Gracias por la paciencia.